Fue toda la culpa (y el mérito) de mi padre: cuando era niño, me llevaba a visitar todos los barcos militares y civiles que atracaban. Él trabajaba en la estación de radio costera y conocía a esos hombres de mar, hasta que poco a poco me convertí en uno de ellos. Luego vino la escuela náutica y mi primer embarque a los 16 años, crucé el ecuador a los 17 años y finalmente asistí a la escuela de suboficiales de la marina donde descubrí el buceo, y desde entonces no he parado.